martes, 28 de octubre de 2008

SI A LAS PAPELERAS (O UNAS LOAS PARA EL URUGUAYO DE COPI)

El sábado a la noche mi realidad futbolera (la que comparto con el resto de mis hermanos rojos, la del club de barrio más grande de la Tierra), me asestaba una nueva trompada para la que ya tenía preparada la cara. En los minutos aciagos en que los partidos se apagan solemos ser víctimas de arteras estocadas que (ya podría hablarse de ensañamiento o de conjuro celeste) se empeñan en privarnos de sumar de a tres. Y con la penosa verdad consumada (la del empate bicho sobre la hora, claro), fui -carroñero- en busca de un chivo expiatorio, de un Padre de Todos los Males, y mi odio se depositó sobre el cuerpo y el alma del torpe y calvo central que con la seis en la espalda hace que el tránsito rival hacia el área grande sea tan sencillo como pasar una bomba de hidrógeno por la Triple Frontera. No tenía ninguna duda: la culpa de todo era del uruguayo.

El domingo ya me había olvidado del tema, y el pelado R. me pagaba con intereses, llevándome seguramente a través de fortuitas asociaciones inconscientes a hurgar entre apuntes y revistas para dar con El Uruguayo de Copi, pequeña obra maestra de la literatura argentina (aunque escrita en Francia y en francés) que ninguna persona bien predispuesta hacia la felicidad debería dejar de leer.

Copi (Raul Damonte Botana) nació en Buenos Aires en 1939. Murió en París, joven todavía, a los 48 años. Escribió novelas, cuentos, teatro e historietas. Datos como éstos, o como que era nieto de Natalio Botana (el fundador de Crítica), o que fue un exiliado (vivió entre otros lares en el Uruguay y gran parte de su corta vida en Francia) por desavenencias de su padre con Perón son cosas que pueden rastrearse aquí o allá. No es nada original lo que vengo a aportar; sólo pretendo contagiar la pasión que renuevo (imposible olvidar la felicidad de la primera lectura) cada vez que releo El Uruguayo.

Novela breve o cuento largo, ocurrente, inexacta, singular, El Uruguayo es una sucesión de hechos estrambóticos (y triviales, y paranormales) que le van sucediendo a Copi (el autor / personaje / narrador), contados a través de la redacción online de una carta dirigida a un supuesto “Maestro”, a quien conjeturamos leyéndola del otro lado del océano. En El Uruguayo los asuntos se suceden y nunca terminan (nunca empiezan) por ser explicados. César Aira, que tempranamente rescató del olvido el nombre de Copi y dictó una serie de conferencias sobre su obra hace ya 20 años, decía que El Uruguayo tiene algo de relato primitivo, primordial. Y citaba a Walter Benjamin, que había señalado que el lugar del relato en la civilización contemporánea había sido de a poco usurpado por la información. La información es relato explicado, contiene la explicación inmanente (por contextualización o verosimilización). Por oposición, el relato -dice Aira- siempre lo es de algo inexplicable. El arte de la narración decae en la medida en que incorpora la explicación.

Así, tenemos a Copi en un Uruguay que más que como la entidad geográfica y política que conocemos funciona como un Estado inventado (puede leerse como un artificio para poner distancia). El narrador situado en Montevideo parece haber huido de alguna otra parte (de allí donde quedó el “Maestro”, Francia tal vez). Entonces ahí está Copi, con su perro Lambetta jugando en la playa, y explicándole en la esquela al “Maestro” que el Uruguay se rige por una filosofía nominalista bajo cuyas leyes lo real se limita a lo individual. Los uruguayos, le cuenta, no paran de inventarse palabras que les pasan por la cabeza. Y la invención de palabras está directamente vinculada a la propiedad de los objetos y a la ocupación de los objetos. Es así como el narrador expone que “Si uno de ellos me viera escribir en este momento (para escribir me escondo) podría inventar una palabra con la que nombrar mi cuaderno, mi estilográfica y a mí mismo (digo podría, pero estoy seguro de que lo haría) y esta palabra se convertiría automáticamente en un lugar que él ocuparía en el acto, dejándome, en cierta forma, fuera.”

Un día va Copi a comprar cigarrillos a la tabaquería de una negra y es víctima de uno de estos incidentes “nominalistas”. Fruto indirecto de este accidente, él se queda con la dentadura postiza de un uruguayo y Lambetta pierde un ojo. Van otra vez a la playa y en un descuido, Lambetta comienza a hacer un pozo en la arena y “agujerea” la realidad. Sobreviene una catástrofe y la ciudad queda cubierta de arena. Copi comienza a caminar por encima la ciudad/desierto y dibuja con un palo de madera los contornos de aquello que quedó sepultado. Los hechos se suceden sin respiro: del pozo por el que Lambetta desapareció comienzan a salir pollos que se van asando a medida que caminan, y que serán el sustento vital de Copi, único sobreviviente al cataclismo. Pero un día se despierta en su buhardilla (que escapó a los rigores de la hecatombe por estar en un piso alto) y el cuarto está lleno de militares. Entre ellos, el “Presidente del Uruguay”. A esta gente la acompaña una niña de unos seis años que restituye a Copi el cadáver disecado de Lambetta. Juntos van a la playa y allí todos (menos Copi) son muertos por el ataque de un avión bombardero. Entonces Copi se acostumbra a la vida en soledad: lee periódicos viejos, duerme en hoteles gigantes y desolados, y por las noches cena (solo) en el Jockey Club. Para enfrentar la abstinencia sexual, tiene relaciones con la negra (muerta) que atendía el kiosko donde había ido a comprar los cigarrillos. Más adelante, los uruguayos comienzan a resucitar, y deambulan momificados por la ciudad. El Presidente también resucita y se muda con Copi a una gruta en la playa. Los acompaña también “la niñita”, que en un momento pide la canonización de Copi. Así se hace, procediendo a cercenarle a nuestro sacro personaje párpados y labios, que son guardados como reliquias de santo. Y como toda esta serie de avatares ha sido transmitida por la televisión, un buen día reciben la visita del “Papa de la Argentina”. Buenos anfitriones, lo invitan a dormir con ellos. A poco de acostarse, Copi descubre al Presidente haciéndose sodomizar por el Papa. Más tarde en la noche, Su Santidad Argenta intenta “ir por Copi”. Copi lo reprende y le pregunta si no le da vergüenza. El Papa le contesta que los papas no tienen vergüenza de nada. Mientras todo esto sucede, el Uruguay se encoge. El Papa seduce al Presidente y se lo lleva a trabajar como puta en un burdel en Tucumán. Copi, entonces, se ocupa de gobernar el Uruguay. Y así.

La lectura se paga sola. De todas maneras, yendo hacia alguna línea interpretativa, me quedo con aquella que pretende ver a Copi mostrando la decadencia y la ruina del Estado. El Uruguay inventado por Copi está dominado por el nominalismo (por oposición al universalismo) y por lo que alguna vez escuché que Daniel Link (generoso y con razón a la hora de poner a Copi en los planes de lectura universitarios) llama la infrapolítica (por oposición a la política). Lo infrapolítico sería la práctica política de una comunidad ascética, de una comunidad sin soberanía. Una infrapolítica del espacio, que está más allá del Estado y de la ley. Se trata de oponer a los universales individuos o entidades particulares. Una supresión de los universales como ley abstracta, del universalismo como cosificación de lo viviente. Este es el Uruguay del uruguayo (de) Copi, un mundo perdido.
M. le Ch.

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